Subrayamos la importancia de conocerse, entenderse, autodescubrirse, y sin explicar exactamente cómo funciona esto.
La psicología ha hecho mucho daño poniendo tanto empeño en esta tarea de conocerse a una misma, sin alertar de sus peligros. Subrayamos la importancia de conocerse, entenderse, autodescubrirse, y sin explicar exactamente cómo funciona esto.
El autoconocimiento es una palabra más peligrosa de lo que imaginas.
Y la psicología ha hecho mucho daño poniendo tanto empeño en esta tarea de conocerse a una misma, sin alertar de sus peligros.
Subrayamos la importancia de conocerse, entenderse, autodescubrirse, y sin explicar exactamente cómo funciona esto.
A ver, que las etiquetas con las que elegís identificarte no son ni estáticas ni permanentes.
Tu vida es ORGÁNICA.
Tu vida está viva.
Y cualquier etiqueta que te frene a ir hacia donde te gustaría, es una etiqueta que por lo mínimo, deberías cuestionarte.
Hoy quiero hablarte sobre la construcción del Ser dentro del sistema patriarcal, y cómo la psicología narrativa puede servir para explicar gran parte de este proceso.
Y para eso quiero que pensemos en el concepto de IDENTIDAD.
Me gusta pensarla como una huella.
Imagina que podes ver la huella fruto de todas tus interacciones, de tu historia particular, en tu cerebro; que todo lo que produjo un impacto en tu sistema nervioso sigue ahí.
Cada momento único de tu vida ha ido modelando la forma de esta huella que es tu identidad, que es única y diferente a la de cualquier otra persona en el mundo.
¡Qué fuerte esto!
La identidad como una huella
Que nunca ha existido absolutamente nadie que sea exactamente igual a vos.
Y acá hay algo importante que explicar: que en el cerebro no existe el sistema del olvido; una no puede borrar y darle delete al material de la vida, en alguna parte queda.
Ahora bien, quedate conmigo que se viene lo más importante.
Imaginar la identidad como una huella es muy acertado, pero siempre que una entienda que esta huella es orgánica y está en permanente cambio.
Y por permanente, quiero decir exactamente eso: PERMANENTE.
Digamos que la persona que comenzó a leer este artículo ya es una persona diferente a la que está leyendo esta línea ahora mismo.
Y sólo pasaron unos minutos.
Pero ahora sabes cosas que antes no sabías; y estas nuevas reflexiones han remodelado el aspecto de tu huella, aunque sea sólo un poquitito.
A ver, my darling friend, esto no quiere decir que seas otra persona, pero con cada pequeña interacción sos un poquito más de esto y un poquito menos de esto otro.
Cada cosa que te ocurre te vuelve más única.
Porque la combinación exacta de todas las cosas que te pasaron en la vida se hacen cada vez más particulares.
Volvamos a los peligros del autoconocimiento.
Y es que esta idea a veces sugiere a la identidad como algo estático.
Pienso que muchos cursos o aproximaciones de ciertas psicoterapias hacen exactamente eso: te determinan, te condicionan de cierta forma, dejando fuera la idea de la identidad en permanente cambio.
Eso es peligroso.
No es que conocerte sea una mala idea; es todo lo contrario.
Sólo que es una verdad incompleta si no sostenes al mismo tiempo la idea de identidad como un concepto orgánico.
Entenderse como una serie de cosas, y no de otras, tiene consecuencias.
Podes decirme: Bueno, Katia, es que es verdad, somos una serie de cosas y no de otras; que yo, por ejemplo, soy nutricionista y no soy corredora de maratones.
Pero cuando hablo de esta peligrosidad, hablo del riesgo de pegarse en extremo a estas narrativas, a estas etiquetas que se terminan convirtiendo en nosotras mismas.
Dale STOP a las etiquetas que te frenan
A veces es importante no creerlas demasiado y ser capaces de cuestionarlas.
Pensar también que algunas de estas etiquetas son más peligrosas que otras.
Por ejemplo, que si yo digo que tengo poca fuerza de voluntad, que me disperso mucho o que tengo una personalidad adictiva, me predispongo a que estas narrativas se conviertan en tendencias, en tendencias sólidas, e incluso a veces en excusas que nos terminamos creyendo como ciertas.
Es interesante traer a la psicología narrativa para entender cómo se forma la identidad desde esta perspectiva.
La identidad es un constructo social.
Que no llegamos a desarrollar el concepto de quienes somos metidas en una burbuja, sino que vamos armando estas narrativas dentro de un contexto social, es decir, en interacción con otros y con el sistema.
Y cuando digo que tu identidad está construida por narrativas, hablo de que integramos historias que escuchamos en el sistema, dentro de nuestra propia idea de nosotras mismas.
La ficción que consumís, por ejemplo, las historias de tu familia o las cosas que te han pasado en la vida, terminan conformando la idea que sostenes de lo que en realidad sos.
Para aterrizar esto en el plano de los humanos, pongo un ejemplo.
Si toda la literatura que leo es literatura inglesa de los siglos 18 y 19, y no tengo acceso a literatura contemporánea, podes imaginar que mi idea sobre lo que significa “ser mujer” va a ser probablemente muy diferente a si contara con esta literatura más moderna.
Por otro lado, la forma en la que me cuento a mi misma y a los otros quién soy, también es una narrativa: elijo determinados eventos o hitos que en conjunto terminan orientando la percepción propia, y la de los otros, sobre quién soy yo.
Estos hitos o eventos son arbitrarios: responden a decisiones, conscientes o inconscientes, pero no hay ninguna regla que diga cuáles elegir.
Mujer del Siglo XIX
Yo puedo decirte que fui a un colegio bilingüe, que hice un intercambio en Australia durante la carrera de psicología, y al terminar viajé a Europa e hice dos maestrías en ciencias; la narrativa como mujer intelectual o aplicada se ve reforzada.
O podría contarte y contarme una historia bien distinta:
Que por ejemplo me expulsaron del colegio a los 12 años, que me costaba mantener las amistades en la adolescencia, cambié de carrera 3 veces y llevó dos divorcios.
Son dos imágenes muy diferentes, y estas dos historias podrían ser compatibles, y ambas verdaderas, pero una podría estar más presente que la otra en mi propia vida, y por eso afectan de forma distinta cómo nos vemos a nosotras mismas.
Ponerte etiquetas como si fueran post it constriñe tu posibilidad, tu UNIVERSO DE POSIBILIDADES, y las cosas que podrías ser o hacer en tu vida.
Lo que crees que podes alcanzar está determinado, en gran parte, por las etiquetas con las que te definís, porque ellas se basan en la idea de lo que ya somos, del sitio desde el que partimos.
Nunca se me ocurriría por ejemplo ser astronauta, no está en mi universo de posibilidades porque se encuentra demasiado lejos de lo que soy o de dónde estoy ahora.
Ahora que ya entendemos qué es la identidad, sabemos cómo se forma, que es un constructo social, configurado por narrativas, y que funciona como una huella orgánica, vamos a incluir la mirada de género.
Y en esto quiero preguntarte: ¿Qué pensas que sucede cuando una mujer construye su universo de posibilidades – quién cree que puede ser basado en quién cree que ya es – dentro de un sistema patriarcal?
Cuando desde chiquita te dijeron lo que se espera de vos por ser mujer, y lo que no está reservado para las mujeres, más allá de las excepciones; es decir, esas cosas que consiguen ciertas mujeres, tradicionalmente masculinas, que nos recuerdan que son mujeres excepcionales, que no son “como las demás”.
¿Cómo se construye este Ser, la idea de quién sos y lo que podes conseguir en tu vida dentro de un sistema patriarcal?
Hablamos sobre cómo se construye la identidad a través de las narrativas que embebemos del contexto.
Pensemos nuevamente en el ejemplo de la ficción, en cómo los roles de género que aprendemos se convierten en historias que nos contamos a nosotras mismas de aquello que podemos y no podemos ser.
Lo que hace la socialización de género – la manera diferencial en que los hombres y las mujeres somos educados – es imponer expectativas: ¿qué se espera de una por ser mujer?
A saber, se espera que seas agradable, que no hagas mucho ruido, que seas vistosa, que mantengas la atención de tu hombre y que cumplas con tu destino biológico; y otras muchas cosas más.
Y de verdad, ¿crees que esto ha cambiado mucho?
Realmente pienso que no: el componente cultural de una decisión individual es ineludible.
No creas que tomamos decisiones fuera de una burbuja.
Las decisiones SIEMPRE se toman dentro de una cultura de la que somos parte, en la que crecimos, y de las forma en que fuimos socializadas.
Y hay que tener en cuenta que esta forma impone expectativas.
Quien no cree o no le importa absolutamente nada esta socialización está más cerca de la sociopatía o la psicopatía.
La socialización impone prescripciones de conducta: qué tenes y no tenes que hacer, qué podes y no podes hacer.
Y lo que haces, lo que repetís una y otra vez, se convierte en lo que sos, y de ahí, surge también lo que podes llegar a ser. Yo soy meditadora porque cada día medito, y esa idea que tengo de mí influye en quien puedo llegar a ser en la vida.
El miedo no es buen aliado de la posibilidad.
El miedo es lo contrario a la posibilidad, lo contrario a la libertad; sin libertad no hay posibilidad.
Mujeres feministas marchando
Escucha, me pongo un poco filosófica.
Pero sé que me seguís.
Quien no tiene poder tiene miedo.
Es decir, quien no está arriba, está abajo.
Y quienes no tienen poder en un sistema patriarcal somos las mujeres.
Nos acumulamos en los tramos bajos y medios de todas o casi todas las profesiones cualificadas y de los estratos del poder.
Las que llegan a los tramos altos, lo hacen, como decía al principio, a través de una dinámica de excepciones.
Y también eso se convierte en una narrativa.
Las mujeres llegan sólo hasta ciertos puestos, y eso lo asumimos como parte natural del sistema, porque bueno, así funciona el mundo.
Eso se convierte en nuestro rango de posibilidad.
Y además lo hace, porque encaja con el resto de las narrativas desarrolladas. Es decir, hace falta que estas narrativas sean congruentes unas con otras.
Y lo son.
Porque todas parten de la socialización de género.
Vamos a cerrar algunos razonamientos: quiero que termines este artículo con la sensación de que sabes algo nuevo, y que eso es importante, porque potencialmente puede cambiar muchas cosas de tu vida.
Dijimos que la identidad se construye de manera social y no fuera de una burbuja.
Que el concepto de autoconocerse trae consigo ciertos riesgos porque te hace creer que una vez vistas las etiquetas con las que te reconoces, “yo soy esto o esto otro”, diste con algo definitivo.
Eso es mentira.
Y además, peligroso, porque constriñe tu posibilidad.
Pero quiero terminar con algo un poco más práctico: que la teoría quede bien aterrizada.
Me podrías decir, bueno Katia, ¿qué puedo hacer yo con todo esto?
Y podes empezar por investigar cuáles son las historias que te componen, qué etiquetas rigen tu conducta e impactan en la persona que crees que sos.
Por ejemplo, ¿crees que no se te da bien liderar o que no sos buena en lo que haces, por haber hecho una cosa o no haber hecho alguna otra?
¿Y de dónde vienen esas etiquetas, de qué historias surgieron, quiénes te las nombraron o dónde encontraste las pruebas? ¿Qué tienen que ver con la manera en la que fuiste socializada como mujer?
Y una pregunta más: ¿qué pasaría si por un momento te alejaras de esas etiquetas, y actuaras conforme a la etiqueta contraria, si pudieras crear una nueva narrativa?
Lo importante de estas etiquetas, de estas narrativas, no es que sean buenas o malas, que sean verdad o mentira; lo importante es que sean útiles.
Por eso quiero invitarte a revisar todas las historias que te contas a vos misma y revisar el propio concepto de autoconocimiento, recordando que todas estas etiquetas se generaron dentro de un sistema patriarcal, y aunque sea sólo por eso, es buena idea que las revises.
Lo mejor: no te aferres con demasiada fuerza a ninguna de estas ideas. Toma las que te sirvan, y soltá las que no te hagan bien.
Porque al final, no somos más que historias.
Te dejo con vos misma, deseandote que te disfrutes.
Con amor,
Katu.
Katia Rosenbaum
Psicóloga especialista en Gestión Emocional y Mindfulness.
Máster en Neurociencias de University College London.